Experiencias del taller de arteterapia para las residentes de la Casa de Recés en la Fundació L’Esperança
Durante 6 meses Claudia, Marta, Sílvia y yo acompañamos a un grupo de mujeres jóvenes de diferentes nacionalidades alojadas en la casa de acogida “Fundació Esperança” situada en el Barrio Gótico de Barcelona.
Al llegar nos encontramos con personas en tránsito, retomando su aliento y recuperando fuerzas en un cobijo seguro, pero al mismo tiempo luchando para salir adelante después de haber vivido cosas muy difíciles. O sea mujeres con muchos frentes abiertos y por lo tanto con grandes necesidades.
El grupo de arteterapia fue la oportunidad para ellas de tener un espacio para abrirse, compartir cómo se sentían y construir vínculos saludables. También, creando juntas desde la danza, la pintura, la poesía, la actuación, vieron emerger su belleza, su fuerza, su inteligencia, y su capacidad para dar y recibir amor.
Nosotras les hicimos diferentes propuestas artísticas como pintar un paisaje seguro donde descansar, conectar con su vitalidad a través de la danza y de diferentes ejercicios de expresión corporal para luego plasmarla en siluetas corporales, o crear personajes a partir de máscaras para encarnar y visibilizar sus partes sabias y valientes.
Y poco a poco, sesión tras sesión, las vimos con mucha sabiduría e intuición apropiarse del taller para transformarlo en un espacio de resiliencia; en su caso, un espacio donde poder contemplarse ellas y a su historia con una mirada un poco más amorosa.
Serenidad y Amor es una obra que realizó una de las participantes, en la segunda sesión, del taller que realizamos en la “Casa de Recés» de la Fundació l’Esperança de septiembre a febrero 2022.
Escojo esta obra como disparador de este compartir porque creo que resume muy bien, tanto la imagen como el título, lo que estas jóvenes mujeres necesitan sentir en este periodo de sus vidas. Acompañado de disfrute, seguridad, poder conectar con sus capacidades y valores que son muchos y muy ricos; compartir entre iguales, escucharse íntimamente por dentro y fuera, sostenerse las unas a las otras.
El reto: crear entre todas un espacio de libertad, creatividad, sororidad y empoderamiento. Que creo han conquistado ampliamente, llevándolas del dolor, el miedo y el cierre corporal, mental, emocional; a una apertura, tranquilidad y disfrute cada vez más marcado.
Cada una tuvo su proceso y el grupo en general también lo tuvo. Para algunas no fue fácil el tránsito de lo vulnerable a la fortaleza. Las sombras y los miedos nos acompañan siempre, más aún, en historias de vida especialmente duras, pero poco a poco el grupo iba sosteniendo esos miedos, dudas, vulnerabilidades, saliendo de ellas más reforzadas.
Acompañar estos procesos, conocer a estas jóvenes mujeres tan decididas, consciente e inconscientemente, en salir adelante, en recuperar su derecho de vivir la vida de manera gozosa y saludable fue y sigue siendo un regalo bello y profundo que guardo en mi corazón.
“Sólo puedo decir que me llevo el corazón lleno” estas fueron mis únicas palabras en el cierre del taller. Emocionada y con los ojos húmedos después de haber oído a cada participante, incluida la educadora social, y a dos de mis compañeras, contando lo que había significado para ellas el taller.
Después de disfrutar de las preciosísimas obras finales que acababan de representar en la última sesión, de pie en el círculo final, surgió un espontáneo compartir, desde la necesidad sincera de ser escuchada.
Una a una, fueron expresando los aprendizajes internos que habían hecho, las emociones que habían podido vivir en este espacio de cuidado y seguridad que habíamos creado entre todas.
De sus bocas jóvenes, brotaron metáforas, recuerdos de momentos importantes en taller y las conexiones que hacían para sus vidas fuera de él.
Sus palabras se fueron volviendo casi poesía. Respiramos alma, sabiduría y belleza a lo Grande!
Sus discursos eran en primera persona, desde la apertura, mostrando tanta vulnerabilidad como valentía y fortaleza.
Afloraron muchos “darse cuenta” y “mucha consciencia” de lo acontecido en las sesiones tanto a nivel individual como grupal.
Esas chicas jóvenes habían estado vibrando con el arte en cada sesión. La posibilidad de tener un momento para ellas, para compartir, para ser escuchadas, para ser las protagonistas de sus vidas realmente las había empoderado, aunque fuera solo por ese instante.
Y esto no eran palabras. Lo pudimos ver, observar y sentir en la piel, en el cuerpo y el corazón, el proceso profundo que habían hecho a lo largo de las 9 sesiones repartidas en 4 meses.
El mayor regalo que nos llevamos, sus imágenes, sus ojos y sus agradecimientos.
Llenas de Vida nos Fuimos Contentas.