«Acompañar en tiempos sin tiempo»
En el mes de enero de este año me ofrecieron una plaza en una residencia de la tercera edad. Allí, cuatro años antes, realicé mis prácticas de arteterapia con las personas más frágiles dentro de este colectivo. Personas con un alzheimer avanzado u otro tipo de demencia. Trabajé muchísimo con ellas a nivel sensorial, musical y como oyentes de narraciones orales. Todas tuvieron momentos bellos de presencia y disfrute, todas ellas me enseñaron algo sobre la ternura, la paciencia, la escucha y las diversas formas de estar presentes. De aquel grupo solo queda viva una persona que aún conserva su sonrisa inocente, puente entre ella y el resto del mundo.
Ahora trabajo con el “grupo grande”, personas que se encuentran en diversos estados tanto cognitivos, físicos, “demenciales”, todas y digo todas porque el 90% son mujeres. Todas tienen en común que su esencia, chispita divina, fueguito interno (o como cada cual quiera llamarlo) está vivo en su interior esperando a salir sin permiso alguno, pero si con algún catalizador. Esta chispita esta muchas veces oculto bajo apatías, rabias, delirios, dolencias, cansancios. Hace falta parar, ir despacio, abrir la escucha desde todos los sentidos, dedicarles tiempo. En este siglo sin tiempo, es el tiempo el que abre y pone cada cosas en su lugar.
Cuando comenzó el confinamiento por la pandemia temí. Temí por ellas, por las medidas que se tomaban y las que no se tomaban, por cómo les iban a afectar los cambios tan enormes en su cotidiano. Por su tan nombrada y remarcada, mediáticamente, vulnerabilidad.
Así fueron pasando los días hasta que de repente comencé a tener síntomas: dolor de cabeza agudo y constante, malestar general, escalofríos y febrícula que con las horas se convertiría en fiebre. Y volví a temer por las abuelas. Diecinueve días de confinamiento en casa con un cuadro ascendente y descendente de los síntomas que yo tacharía de leve dentro de todo. Alta y regreso a mi puesto de trabajo en la residencia… Volví a temer.
Qué pasaría durante todos estos días ausentes, cómo estarían las residentes y las trabajadoras, con qué realidad me encontraría. Mi primera reacción ante tantos interrogantes y tantos miedos fue no querer volver, me paralizaba el miedo, la incertidumbre ante las posibilidades que se abrían ante mí. Me imaginaba mil excusas para no ir, además de pensar que yo no era personal indispensable ya que no me encargaba de los cuidados básicos, yo iba a entretener, dinamizar, estimular y claro eso podía esperar. ¡Qué equivocada estaba!
Luego de asumir que iría a trabajar, si o si, ya que pese a mis miedos había algo en mi interior que no se lo cuestionaba. Llamé a mi jefa para comunicarle que estaba nerviosa por mi reincorporación y le pedí que por favor ”me adelantara” la situación para ir haciéndome a la idea antes de llegar.
Detrás de la puerta de entrada sentí un nudo en la barriga, mi corazón latía con fuerza, mi respiración intentaba mantener la calma. Entré. Vi las caras conocidas como en pausa, tardaron unos minutos en reconocerme tras la ausencia, luego se despertaron las sonrisas poco a poco.
Sí, hubo gente que murió, respiración profunda. Pero también había personas que estaban vivas y necesitadas de contacto, escucha, de volver a sus rutinas o lo más cercano a ello, de reír en grupo, de mirarse a los ojos, de mover el cuerpo, de llorar, de soltar para recoger de nuevo.
Es conmovedor ver como con ternura, presencia, paciencia y bajar el ritmo, tomarnos el tiempo las cosas se ponen en su lugar, también la música y la pintura ejercen sus milagros. Cuerpos dormidos despiertan, miradas lejanas se hacen presente llenando el espacio, compartiendo desde lo vital del momento. Sus ojos chispeantes, sus rostros sonrientes, sus cuerpos en movimientos libres, espontáneos. Agradezco haber vuelto. Agradezco trabajar en la residencia, con estas personas, en este momento. No es cierto que mi trabajo, como el de muchas, no es prioritario, lo he comprendido en estas semanas. Todas estas personas hace sesenta días que no ven a sus familiares, que no son abrazadas y besadas por ellas, que no las pueden sentir como tengo la suerte de sentir yo. Les intento llevar energía renovada, disposición y escucha, ellas me dan más, siempre más.
Gracias a todas las que estuvieron, las que están y las que estarán.